Me resistí durante muchos años a volver sobre la experiencia de Borneo. Era consciente de los grandes cambios que se estaban (y que se están) produciendo allí y temía que retomar el contacto resultaría demasiado doloroso.

Unos amigos me hicieron ver que volver sobre esa experiencia, plasmarla en un libro y en una exposición sería una forma de dejar constancia de ese lugar, de aquella época y de aquellas personas únicas. Me insistían también en que lo que tenía era una apasionante historia de aventuras que valía la pena contar.

Ahí queda eso: No Muy Sensato. Crónica de un Viaje en Borneo.

Si lees el libro creo que lo entenderás. Meterme en la selva en las condiciones en las que lo hice fue todo menos sensato. Estaba en bastante mala forma física cuando inicié el viaje. Iba equipado de una manera extremadamente rudimentaria. La poca experiencia que tenía de la selva había sido muy negativa. Nadie excepto mis acompañantes locales sabía ni dónde estaba ni adónde iba. Tuve suerte pero las cosas bien podrían haber salido de otra manera.

Sólo he vuelto una vez desde entonces, y no llegué muy al interior. Eso dicho, vi lo suficiente como para contestar a la pregunta con una palabra: sí. Samarinda, la ciudad donde viví dos años antes de meterme en la selva, ya tiene casi un millón de habitantes (cuando estuve tenía alrededor de 150,000). Hay carreteras por todas partes y evidentemente las industrias madereras y mineras, junto con las plantaciones de aceite de palma, han destrozado enormes extensiones de selva. Muchos de los dayak han migrado río abajo y ya no viven en casas comunales sino en casas individuales. Su contacto con la sociedad de consumo está provocando grandes tensiones generacionales e identitarias.